Ideas en Tinta
Un paréntesis en su vida
- “No puedo, es que mis padres me pidieron que hoy cocine yo, porque están bastante ocupados con el trabajo”.
Cristopher habla en un tono alto porque afuera el ruido de construcción es ininterrumpido. El arreglo de su calle está demorando ya varios días, y en ese momento le dificulta escuchar a su amigo. Lógicamente eso no afecta a la contraparte, pero cuando uno escucha mal suele hablar más fuerte, como si el problema auditivo lo estuviera viviendo el otro.
- “¿Cómo de qué hablo? Sí, mis padres están en casa. De hecho creo que me están llamando ahora. Hablamos más tarde, o te llamo de nuevo mañana, ¿si? Adiós Walt”.
Corta la llamada y deja el teléfono en la repisa, prometiéndose ponerlo a cargar luego. En realidad nadie lo llamaba, pero pierde las ganas de hablar con su amigo cuando empieza con esas preguntas raras. “¿Que cómo que mis padres están en casa? No es tan difícil de entender, viejo”. Cristopher no descubre si se lo cuestiona en broma, o si realmente Walt tiene alguna duda.
Es una tarde tranquila de verano en Greenville, la pequeña ciudad del Estado de Carolina del Norte en la que vive desde pequeño. Tranquila a excepción, claro, del arreglo de la calle. Los obreros continúan trabajando con el caño que se rompió el día anterior y que generó un charco considerable, que devora por igual a personas y autos. Al mirar el reloj de pared nota que es media tarde, por lo que la mitad de la ciudad se encuentra trabajando o estudiando, y la otra mitad durmiendo.
En su propia casa se da esa división. Al volver a echar un vistazo a la cocina ve a sus padres en la mesa, con sus computadoras y anotadores. Mientras tanto su hermana duerme en el cuarto de arriba. Seguramente ha tenido un día agotador en la universidad y necesita recuperar fuerzas. Él, por su parte, sabe que ya es hora de ir a su clase de Literatura Histórica, por lo cual recoge el cuaderno, una lapicera y sale, confirmando nuevamente a sus padres, por si acaso, que él se encarga de la cena.
Al pasar por al lado de los obreros que arreglan la calle, percibe que frenan en sus labores y se quedan observándolo con cara de pena y preocupación. No entiende la razón de esas miradas, y un poco le ofenden. Más aún cuando uno de ellos le pregunta si se encuentra bien y cómo se siente. “¿Cómo me siento? ¿Sólo por decidir dar un paseo o ir a la universidad?”. Cuando Cristopher une esa secuencia con las preguntas de Walt, se convence de que se trata de una broma. Una que no entiende y que no le causa gracia, pero no puede ser más que un chiste.
Sigue caminando como si no hubiera detectado la presencia de los obreros, y tres cuadras de un andar relajado lo dejan frente a la puerta de la universidad. Hombres y mujeres entran y salen entre charlas inentendibles. Algunas personas salen riendo a todo furor, aunque automáticamente callan cuando lo ven. Otra vez esa mirada que es mezcla de tristeza y preocupación. Un par de jóvenes que no conoce le dan una palmada amistosa en la espalda. Cristopher no entiende, pero les sonríe agradeciendo ese gesto fraterno. Entra al edificio y se dirige directamente al aula que le corresponde. Al entrar, nuevamente el ruido se hace silencio y los cuchicheos se reparten en grupitos de pocas personas. Se sienta en un banco alejado y lee los apuntes en su cuaderno, como un método de distracción.

- “Buenas tardes a todos y todas, disculpen la demora. Estamos un poco ajustados con el tiempo de aquí a los exámenes, por lo cual vamos a comenzar ya”.
La profesora, que acaba de llegar, pronuncia las palabras mientras deja sus cosas en el escritorio a las apuradas. Se da vuelta y continúa:
- “Retomando lo de la clase anterior, habíamos visto que…”.
De repente, silencio. Sus ojos se abren como grandes bolas detrás de los anteojos, y la mano derecha, inmediatamente, tapa su boca, que intentaba soltar un grito. La profesora mira detenidamente a Cristopher, que apenas sintió que ella dejó de hablar levantó su vista del cuaderno. Se sorprende de ver sus ojos clavados en los suyos. Mira hacia los costados buscando entender, pero se siente más confundido al darse cuenta de que sus compañeros también lo observan a él.
A la confusión le sigue un estado de molestia que lo lleva a levantarse y deslizarse hacia la puerta, con el cuaderno colgando entre su brazo izquierdo y sus costillas. Antes de salir, la profesora intenta justificarse.
- “Cristopher, perdón por mi reacción, es que ha pasado tanto tiempo. No esperaba verte aquí”.
¿Otra vez esa broma que ya le hicieron Walt y los obreros?
- “¿De qué habla profesora? Si estuve sentado en el mismo lugar de siempre la última clase hace dos días, como la anterior y la anterior”, contesta.
Es difícil adivinar si la confusión es mayor en él, en la profesora o en los alumnos y alumnas.
- “No Cristoph, hace 10 años que no sé de vos. Había escuchado sobre tu regreso y pensaba ir a visitarte. Jamás imaginé que volverías a clase de inmediato. ¿Estás bien? ¿Quieres que hablemos?”.
La situación se vuelve asfixiante para Cristopher: claramente es una especie de complot del que todos están al tanto, la profesora, los compañeros, Walt, los obreros. Todos menos él. ¿Y sus padres, y su hermana? Hasta ahora no le han dicho nada de eso.
- “Mira, no entiendo qué clase de broma sea, pero no pienso seguirla. Yo estuve en la última clase y en las anteriores. Si ustedes quieren continuar con este tonto juego, adelante, pero yo no”.
El tono desafiante de Cristopher es completado con un cierre brusco de la puerta. Sin embargo, mientras se está yendo llega a escuchar un grito.
- “¡Mira tu brazo, Cristoph!”.
“¿Brazo? ¿Qué significa eso?”. No piensa seguir esa estúpida broma. No piensa mirar su brazo. Camina ofuscado a casa, sabiendo que las personas que se cruza lo miran.
- “Bienvenido a casa, hijo”, le grita sonriendo una señora mayor, mientras se acerca para darle un abrazo.
Sin embargo, él apura el paso y sigue camino sin levantar la vista del suelo. Al llegar a su hogar siente el saludo de sus padres pero no sabe si está en condiciones de responder. ¿Acaso ellos saben de esa broma y no le dicen nada? Escucha repetirse el saludo de su madre, quien le pregunta por qué volvió tan temprano. Decide posponer la discusión y les cuenta que se suspendió la clase porque la profesora se encuentra enferma, por lo cual eligió volver a descansar a casa. Mientras habla no lo interrumpen, y luego tampoco hay respuesta. Entiende que la conversación está terminada, por lo cual abandona la sala hacia su cuarto.
Tras dejar el cuaderno en la mesita de luz se tira en la cama y deja la mirada fija en el techo, como si allí encontrara la explicación a aquello que está pasando. Espera unos minutos y se acomoda para dormir, pero recuerda la frase de su profesora: “¡Mira tu brazo, Cristoph!”. Tiene miedo, aunque la incertidumbre lo va venciendo y la necesidad de mirar el brazo se torna inaguantable. Mira el derecho: raspones, quemaduras y lesiones de todo tipo lo recorren. Se asusta y pega un grito al aire. ¿Qué es eso? No puede recordar ninguna caída ni accidente. No entiende qué fue lo que pasó. Escucha que su hermana le pregunta si se encuentra bien: ¿ya estaba despierta o la habrá asustado su grito? “Debe ser de hace mucho y ya perdí la memoria de cómo pasó”, intenta convencerse, confiando en que sea posible que alguien, de un día para el otro, olvide cómo obtuvo tantas cicatrices. “Por lo menos el brazo izquierdo está bien”, piensa, y gira la cabeza para ver que… ¡no está! Esta vez el grito es tres veces más fuerte y desgarrador que el anterior. Solamente puede ver su hombro con un vendaje que, a excepción de algunas manchas rojas, es totalmente blanco… y luego simplemente aire.
Está perdido, totalmente confundido. ¿Cómo puede ser que ayer estuviera todo igual que siempre y hoy tiene un brazo lastimado y el otro ni siquiera está? ¿Por qué será que todos le preguntan cosas que no comprende, como si está bien, si necesita ayuda o si está seguro de que sus padres realmente están con él? Entre tantas cosas sin sentido piensa cómo pudo haber llevado el cuaderno en su brazo izquierdo que ahora no ve. Echa una ojeada a la mesita de luz y… no hay cuaderno. La mente entonces le pide un respiro y Cristopher cae desmayado en su cama.
Cuando despierte, tal vez empiece a comprender la realidad. Aquella guerra en Medio Oriente, tan lejos de casa, a la que lo obligaron a ir. Los diez años que estuvo entre bombas, muerte y terror, sin elegirlo ni desearlo, ni saber por qué lo enviaban allí. Quizás comprenda que sus padres, con unos nervios que sus cuerpos ya no controlaban, perdieron la vida en ese accidente de auto. Tal vez, sólo tal vez, encuentre que su hermana, sin noticias de él y ya sin sus padres, no soportó su vida solitaria y decidió ponerle punto final colgando una soga y pateando una silla.
También es probable que descubra que ese día no lo llamó ningún Walt, no habló con sus padres, no había ningunos obreros, ni tampoco una profesora ni una clase universitaria ni, por último, su hermana está durmiendo en la habitación contigua.
Cuando despierte, en fin, Cristopher podrá darse cuenta de que hubo una guerra que lo tuvo diez años esquivando a la muerte: una década que su mente quiso borrar, como si no fuera más que un paréntesis en su vida.