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Moneda al aire

Actualizado: 24 jun 2020



El pequeño disco de metal descansa apoyado sobre el dedo pulgar, mientras el índice cumple el papel de respaldo. Si la pieza tuviera sentimientos, difícilmente encontrara ocasión en la que sentirse más a gusto. Esa comodidad, no obstante, está pronta a quebrarse. El pulgar toma impulso y, cargado de una fuerza que la mano es incapaz de controlar, se suelta hacia arriba arrojando el disco por los aires. Vueltas y vueltas se suceden en el trayecto del metal a las alturas, hasta acariciar el punto más elevado del recorrido que da inicio al descenso. Como una repetición del viaje previo pero en sentido inverso, se produce la caída a la misma velocidad. El trayecto finaliza en la palma de la mano. Es ceca. Es vino.


Así es como toma las decisiones Hugo, que a sus 70 años no tiene intenciones de modificar la estrategia. Fue a eso de los 20 que comenzó a emplear esta técnica, o quizás un poco antes, y desde aquel momento cada decisión en su vida responde al designio del pequeño disco de metal. Una moneda al aire es la responsable de sus elecciones. Cara o ceca se convirtieron en las opciones de su porvenir.


La lógica se aplica a cuestiones nimias y también a las más determinantes. Esta noche es la verificación inmediata de ello. Hace instantes, nada más, el vuelo de la moneda y su posterior caída sobre su mano decidieron que en la cena que está a punto de emprender la bebida será vino y no whisky. Sin embargo, esa instancia no es más que la dilatación para la decisión verdaderamente importante que ocurrirá en la velada. La que, más que determinante, puede ser definitiva.


Una dilatación de ese instante, también, son los recuerdos a los que Hugo empieza a autorizar el ingreso a su memoria. Mira a la moneda alojada en su palma derecha con ojos de complicidad, traspasándole la responsabilidad de todas y cada una de las elecciones efectuadas, así como de sus consecuencias. Desde la primera, en la cual el metal eligió la camisa negra por sobre la blanca en aquella fiesta de fin de curso.


¡Ahora lo recuerda! Fue antes de los 20 entonces que nació esta manera de elegir, y de vivir. A los 18 años y en su graduación se produjo el debut de la moneda como decisora. Fue el primer día en el que su indecisión, su personalidad dubitativa y su incapacidad de asumir responsabilidades encontraron una aliada inseparable.


En aquella primera ocasión sirvió para elegir algo bastante intrascendente, como lo es la vestimenta de un evento social. La segunda decisión que quedó en poder de ese objeto, que empezó a adquirir cualidades casi sagradas, fue también algo sencillo: si al otro día despertaría para almorzar o, como se dice, “seguiría de largo” durmiendo. Ganó la segunda, para alegría de aquel joven Hugo.


Si hay algo que perdió llegado a este momento es su juventud. Con 70 años de camino recorrido, lo que le sobra de experiencia le escasea de vitalidad. Precisamente por eso se encuentra en esta disyuntiva, la cual intenta prolongar postergando lo inevitable. Mira el vaso de vino sostenido por su mano izquierda, la que no tiene la moneda. Le da vueltas al recipiente de vidrio y, mientras el líquido de tono rojizo oscuro gira en su interior, también lo hacen sus recuerdos.


En aquellos viejos tiempos, cuando todas las elecciones empezaron a ser resultado del vuelo de la moneda, era natural que las decisiones importantes siguieran la misma lógica. Fue así como pasó de elegir una camisa a decidir una carrera universitaria. Y, si bien desde pequeño había fantaseado con ser abogado, cuando el metal surcó los aires y se dejó derrumbar en su mano, la respuesta quedó ante sus ojos: sería arquitecto.


Se le empezó a hacer difícil a Hugo responder al capricho del azar, pero consciente del contrato que había firmado implícitamente con la vida no quiso torcer el rumbo. Tal vez hubiera preferido ver otra película; quizás ese día la intención fuera otro sitio de comida; era probable que deseara acompañar la campaña de otro equipo de fútbol. Pero la moneda hablaba. Y a la moneda debía respetar.


Ahora, en esta medianoche que transita silenciosa en la sala de estar de su cabaña, el viento ingresa por la ventana y enfría el interior. No el de la casa; el de él. Todavía no pensó en preparar la cena, no hasta haber superado la otra decisión. Quizás, de todos modos, no haga falta preparar nada. Por eso únicamente está acompañado de la copa de vino, la cual observa más de lo que lleva a sus labios. El dolor lo aqueja. El físico, y el otro, que no sabe bien cuál es.


Hacía muchos años, también, la moneda había elegido a su pareja. Hombre o mujer, fue la primera consigna con la que aquel día arrojó la pieza, la cual volvió a tierra mostrando cara. Hombre, era la respuesta, algo que lo hizo afortunado por asegurarse de que a veces sus deseos y el destino podían coincidir. No obstante, el siguiente lanzamiento fue más específico: en la cara iba el nombre de un muchacho, al cual conocía de la universidad. Ceca correspondía al de otro más joven, compañero del bar de los viernes. Y fue ceca.


Quedó claro al poco tiempo que él respondía a esta estrategia de decisiones, pero que el mundo funcionaba de otra manera. Por mucho que él completara la carrera a su pesar, siguiera caminos que no eran los que originalmente buscaba o construyera una vida con una persona elegida al azar, el resto de los protagonistas no se ajustaba a esos criterios. Por eso aquella relación no fue mucho más que un espejismo, y pocos meses bastaron para que aquel joven hiciera nido en otro árbol. La moneda controlaba su vida, no la del universo. Incluso solo su vida consciente, para colmo, no toda su existencia.


Si dependiera todo de aquella pieza metálica no se encontraría en la actual situación. No estaría esta noche obnubilado con la copa de vino fingiendo evitar el momento obligado. Si la moneda manejara todos los hilos de su mundo, no sería necesario que ahora tomara esta decisión.


El cuerpo de Hugo lo había comenzado a aquejar con algunas dolencias varios años atrás. Las molestias cerca de la zona abdominal se transformaron en dolores insoportables que al poco tiempo tomaron el nombre de cáncer de pulmón. La moneda no podía controlar su devenir biológico, aún habiendo sido ella la responsable de que él decidiera adoptar el cigarrillo.


Esta noche la mano derecha del hombre tendrá un protagonismo especial. Cuando el pulgar se deslice hacia arriba y la acuñación de metal abandone el índice, su vida misma estará en juego. Las pastillas, en caso de que el resultado lo disponga, ya están esparcidas sobre la mesa. Si la moneda cae y muestra cara, el sufrimiento de Hugo tendrá fin al mismo tiempo que sus días. Si toca ceca, la partida seguirá su curso y, a pesar del dolor, seguirá disfrutando de los rayos del sol al levantarse cada mañana.


El vino, con disimulo y en silencio, había ido abandonando el cristal y a esta altura de la noche, ya devenida madrugada, yace dentro del hombre. Hugo acepta que no tiene más excusas para dilatar el acto. Mira fijamente la moneda, la cual no se movió de sus dedos en la mano derecha. Presiona el pulgar con el índice dando aviso del advenimiento del instante crucial. El dedo más gordo toma impulso y se suelta hacia arriba, empujando al metal que vuela por los aires.


Al llegar al punto más alto, comienza el descenso. La palma de la mano, esta vez, cede su protagonismo: Hugo decide que la moneda caiga directamente sobre la mesa, reduciendo toda posibilidad de estorbar al destino. Cara es muerte; ceca es vida. La moneda toca la madera y rebota con un brinco que se repite dos o tres veces. El hombre cierra sus ojos.


Luego de esos rebotes, la pieza queda quieta y Hugo decide separar los párpados. Ahora es testigo del resultado que postergó todo este tiempo. Y es testigo de que, por primera vez en su vida, la moneda cayó de canto y está quieta en posición vertical.



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