Ideas en Tinta
La película que nunca vi
Actualizado: 11 abr 2020

A mi bisabuelo lo conocí poco. Se fue cuando yo era muy chico y los recuerdos que tengo de, y con él son mínimos. Es más, parece mentira que el único momento que se me viene a la cabeza sea bastante extraño. En esa memoria me veo siendo un chico de unos seis, siete años (¿o menos?) y a él con un cuchillo en la mano. Creo que se trataba de un juego, porque aún me siento correr de un lado a otro de la mesa de la pizzería de mis abuelos cubriendo unos pocos metros en sentido lateral.
En este punto dos opciones se me presentan sin poder definir cuál es la correcta: o bien el objetivo era que yo cruzara hacia el otro lado sin que el utensilio me tocara; o bien era una especie de advertencia del estilo “portate bien porque tengo esto en la mano”. No me extrañaría esta segunda, dado lo molesto (bueno, insoportable) que resultaba yo de pibe.
De todas formas, aunque probablemente sea una obviedad, prefiero aclarar que en ningún momento el cuchillo y yo íbamos a entrar en contacto, ni él lo movió acercándolo a mí: juego o advertencia, era sólo un chiste que ambos compartimos. Acepto, no obstante, que me resulta intrigante preguntarle a mi memoria por qué eligió ése como el único recuerdo con él.
Lo anterior es cierto en cuanto a momentos y experiencias se refiere. Es que, hablando en general, también tengo alguna leve imagen del día en que dijo adiós a la vida, aunque apenas a cuentagotas. Y, sobre todo, no me puedo olvidar de lo extraño que nos sonaba a mí y a mis hermanos su nombre, Carmelo, y la confusión al principio, que luego devino en broma, de llamarlo “caramelo”.
A pesar de estos pocos recuerdos que tengo de él, siempre hubo un tema vinculado a su vida que me generó curiosidad. Hubo un día en el que mi madre me comentó que él, Carmelo, su abuelo, había participado de la Primera Guerra Mundial, ese evento que para mí solamente existía en libros de la escuela o programas de televisión. El dato me hizo sentido gracias a que yo sabía que él era italiano.
Es desde aquel momento que para mí tomó otra entidad ese acontecimiento histórico y se me hizo no solamente más real, sino incluso más familiar. Fue a partir de conocer este hecho, empujado por mi hambre de curiosidad, que años después quise averiguar un poco más sobre eso, sobre aquel momento que desataría una serie de eventos sucesivos que derivaron, entre otras cosas, en que yo hoy exista y pueda escribir estas líneas en el sur del continente americano. "Se hizo pasar por maquinista en un tren", me ampliaron la información.
Desde aquel momento pienso y trato de ilustrarme cómo pudo haber sido, de qué manera lo decidió, dónde encontró la vestimenta, si alguien habrá sospechado y cómo no lo descubrieron. También qué hizo una vez acá, cuando al escapar desesperadamente de la muerte se encontró con una vida desconocida. Esa historia, que de formas similares habré visto más de una vez en cines o leído en libros, es la que recreo una y otra vez. Esa historia es la película que nunca vi y, sin embargo, la que en mi cabeza ya repetí incontables veces.
¿Será que se escapó en medio del fuego, corriendo por su vida y encontrándose de pronto arriba de un tren? ¿Habrá tenido que matar o sobornar a persona alguna? ¿Quiénes viajaban en ese tren: fugitivos como él escapando de un conflicto que no les era propio o personas dispuestas a dar su vida por una causa inhumana e irracional? ¿Se habrá encontrado el traje de maquinista o lo habrá hecho desprenderse del cuerpo de otra persona? ¿Cómo logró que no lo descubrieran y quién, en todo caso, podría haberlo hecho?
Las preguntas se me van amontonando una detrás de otra y no termino de responderme la primera (inventándome la respuesta, claro) que ya tengo en la lengua la siguiente. Me intriga saber cómo fue el momento del escape, así como el de la llegada.
Antes de eso: ¿sabría hacia dónde se dirigía ese tren que lo depositó en el barco al que también se tuvo que haber subido? ¿Habrá sido que hizo trámites de embarcación como cualquier hijo de vecino o se trepó a las apuradas y desesperado? ¿Sabría, así como con el tren, cuál era el destino de ese transporte naval en el caso de arribar con éxito a algún puerto? Y, una vez aquí, en una Argentina todavía en pañales y tratando de hacerse adulta (¿lo es hoy?): ¿a dónde fue, cómo se asentó, a quién conoció, qué sintió?
No sé si en mi familia alguien sabrá esas respuestas o atisbos de algunas de ellas. Lo que sí sé es que, al menos por ahora, yo no quiero hacerlo. Prefiero seguir imaginando distintos comienzos y finales, exagerando a veces, haciéndolo más cotidiano otras. Mi bisabuelo escapando de la Primera Guerra Mundial haciéndose pasar por maquinista de tren. Ésos son los únicos datos que quiero tener. El resto lo iré llenando de historias. Quiero que, hasta que la curiosidad me venza, esa historia siga siendo la película que nunca vi.