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Detalles de un día más

Actualizado: 11 abr 2020




El viento le pega de frente en la cara y cada tanto tiene que entrecerrar los ojos para evitar que la tierra de esa maceta entre en ellos. Ve el sol ponerse, mientras el cielo se tiñe de un color violáceo, o rosado, no está muy seguro. Llega el momento de repasar, de evaluar lo que ha sucedido en el día. ¿Habrá faltado algo o habrá hecho algo de más? Se pierde en sus pensamientos y regresa varias horas hacia atrás.


Ve el sol. Es mediodía, la hora indicada para levantarse, según avisan las campanadas de las iglesias. Una y otra, las dos iglesias que comparten la manzana hacen sonar sus campanas día tras día, siempre al mediodía, doce veces. Curioso es que, justamente, ambas estén en la misma manzana. Se ha dicho cada cosa, como que compiten por los feligreses, la cantidad de concurrencia, que se pelean para determinar qué iglesia llegó primero.


Por lo que tiene entendido en la zona hubo dos personas muy conocidas, muy queridas, y es por ambas que se construyeron esos templos. Pero aún así a veces le parece que compiten las campanadas de ambas, que por eso suenan juntas, más allá de que sea la hora en la que deben sonar. Siente que en un “tan” una campana suena más fuerte, que en el siguiente “tan” la otra eleva su volumen.


Sea como sea, esas campanadas son lo que lo despiertan, está claro que recién levantado no está del todo lúcido como para determinar si realmente es así.

Poco a poco escucha llegar a los feligreses: algunos charlan y ríen, otros van rezando, cada tanto ve gente llorando. Él no entiende mucho, tampoco nunca pisó una iglesia, no sabe qué se hará ahí dentro. Lo que sí sabe es que una hora después de las campanadas, la gente sale. Y él también. Pero no de la iglesia, sino de su casa, cuando el momento de trabajar llega. Camina la cuadra de siempre, saluda a los mismos vecinos que saludó ayer y saludará mañana y llega.


Imponente ante él, el lugar de trabajo. Un lugar sombrío y tenebroso, según dicen. Para él, su segunda casa, el único lugar donde pasa sus tardes, a gusto, trabajando. De a poco empiezan a llegar los coches negros, lentos, con otros de todo tipo y marca detrás. Llega el primero, atrás una caravana de autos. No recuerda si el primero ese día era un Renault o Peugeot, o tal vez era Ford. ¿Azul o gris? Se lo confunde con el segundo. El segundo, sin dudas, era Ford.


Llegan a donde está él, bajan el cajón y lo llevan para que lo bendiga un cura. ¿Será que este cura también hace competencia con las iglesias que están a una cuadra? Él espera, con el pozo hecho, listo para depositar el cajón. El cajón con el cadáver. ¿Cómo habrá muerto? Imagina qué tipo de persona sería.


Si no se equivoca, ha visto a una madre, a una esposa, a algún hijo. Seguro era un hombre, adulto, de unos cuarenta años. Pareciera ser muy juguetón con los chicos, por eso se mueven tanto ahora, y por lo que pudo escuchar a la madre seguramente era muy cercano a ella. ¿Con la esposa cómo sería? No parece el tipo de persona que engañara a su mujer, aunque ella tal vez… Pobre hombre si es así. Ya le estaba cayendo bien este difunto, y descubre (¿lo sabe?) que su esposa lo engañaba. Quizás por eso murió, para no conocer nunca una noticia semejante.


En fin, sale la gente de la bendición, muchos llorando, otros intentando hacerlo, los nenes, tan inocentes, jugando, aunque sin llamar mucho la atención. Él siempre trata de buscar cuál es el familiar más cercano al difunto para darle el pésame. Se fija a quién saludan y abrazan más personas, quién llora más y si no, mala suerte, le da el pésame al primero que cruce y que se lo haga llegar a todos. En definitiva se supone que todos están mal. Bah, salvo los nenes. Pero cuando crezcan seguramente necesitarán el pésame ése.


Depositan el cajón y él deja unos segundos para que tiren flores, momento en el que se fija quién la emboca arriba del mismo. Es como un juego. Cuando ya están todas, tapa el pozo con tierra. El trabajo está hecho. Alguno de los que están allí le acerca una propina, él dice que no es necesario, mientras estira la mano y la toma, no sea cosa que ese “no es necesario” impulse a esa persona a retirar el billete.


Esta misma escena, con otros personajes, se repite a lo largo de la tarde. Cinco veces. Ni una más, ni una menos. Así arregló él cuando consiguió el trabajo: es que no puede estar enterrando un día cuatro personas y otro día seis, tiene que tener algo asegurado, y si ya enterró cinco, bueno, que la gente espere un día más para morir, o que vaya a otro cementerio.


Mientras sigue repasando lo que hizo en el día, vuelve la mente al patio. El sol sigue ocultándose y ya se ve poco de él. El viento está algo más fuerte. Le mueve el pelo, es molesto, pero al menos es feliz de tenerlo. Es que está pasando algo los últimos días. Llega a su casa luego del trabajo y se peina. Le dicen que no tiene sentido peinarse al llegar a su casa, pero ese día lo hizo así, de forma que tiene que ser siempre igual. Y estos últimos días, cuando se peina, ve el horror.


Cabellos que quedan en el peine. Un día es uno, al siguiente dos, ha llegado a contar cinco. Quedan enganchados, como no queriendo caer. La mayoría son negros, pero cada tanto aparece uno blanco: el tiempo está pasando. Cómo no va a estar pasando si incluso se están escapando de su cabeza. ¿Se estará peinando demasiado fuerte? ¿Cómo es posible? ¿Será el peine que está roto? No puede ser, ya lo ha cambiado cinco veces.


Con dolor, limpia el peine para que quede libre de cabellos. Peine asesino, quitador de cabellos. Lo lava con bronca, recoge los pelos, son suyos, le pertenecen. Corre al peluquero, se los colocan y respira tranquilo. Ni un cabello más, ni uno menos. Su cabellera vuelve a estar completa y puede volver a su casa.


Nota que dejó el lavabo sucio: tan desesperado estaba con el tema de los pelos, que, como siempre, se había olvidado de abrir la canilla. Lo hace, el agua comienza a salir y perderse hacia la cañería. Viaje corto. Después no la ve más. ¿Cómo viajará el agua por la cañería? Los átomos chocando unos con otros. ¿Irá rápido, desesperada, buscando salir de ese encierro que significa el caño? Luego saldrá por otra canilla y volverá a hacer lo mismo. Se pregunta si irá de la misma forma por todas las cañerías, o si en alguna lo hará más rápido. ¿Y si la cañería tiene suciedad? ¿Se frenará un poco? Dudas le quedan, respuestas faltan.


El sol se pone definitivamente. Ha salido bien el día, se repitió como el anterior, y el anterior a ése y todos los días desde que se fue su esposa. Cada detalle de esa fecha en que ella dejó este mundo debe seguir igual, con la única diferencia de que ahora está solo. Se retira a descansar. Y mientras tanto se pregunta, igual que ese día, igual que anteayer y que ayer… ¿estaba violáceo el cielo o más bien rosado?

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