Ideas en Tinta
A la espera de Pepé
- ¡Más vale que llegue!
Marcos le vuelve a reprochar a Sandra, que una vez más le repite que el tío Pepé es así, que siempre aparece, que ya va a llegar. Él le lanza una mirada fulminante.
Está harto de Pepé y de lo que hace todos los años: ausentarse de la cena familiar y solo estar en su show de medianoche, cuando vestido de rojo y blanco, con barba y panza tan falsas como él, hace su patética presentación ante Tomi, que queda encantado.
Al menos su hijo se divierte, y a él le permite salir a fumar. Por eso no hace mayor escándalo, además de que mientras se disfrace el tío no tiene que hacerlo él. Vestirse de Papá Noel sería lo único que le desagradaría más que su cuñado.
Marcos mira el reloj: un minuto para las doce. Se relame con su mujer aceptando que esta vez Pepé, el queridísimo tío, falló. La desazón lo noquea en el instante en que suenan llaves en la puerta e ingresa un hombre con una bolsa colgada al hombro y barba blanca cayendo sobre una panza de almohadón.

Pisoteado en su orgullo y con la mirada de Sandra clavada en su nuca, Marcos sale a fumar mientras el tío cumple su parte impostando una voz grave. Vuelve a
ingresar recién cuando Pepé se retira saludando con la mano y, al encontrar a su hijo exultante, se rinde ante la emoción. Sin que pregunte, Sandra le responde que Pepé Noel (la mujer finge equivocarse) estuvo increíble y dejó muchos paquetes.
Por más que lo deteste, Marcos se alegra por la felicidad de su familia y por pasar otro año evitando el disfraz en su cuerpo. Pepé salvó la fiesta, como siempre.
Con ansias de pasar página lleva un pan dulce a la mesa, pero apenas lo apoya Sandra recibe un mensaje. “Es Pepé”, le dice. Lee en voz alta sorprendida:
- Hola Sandri, disculpame pero no puedo ir. Estoy engripado y recién me despierto, por eso no te escribí antes. Les pido perdón y espero que Marcos pueda disfrazarse por mí.
Ambos se miran petrificados y el celular cae al suelo. En el patio, su hijo canta divertido mientras abre el primer regalo.