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Un click al infierno

Actualizado: 11 abr 2020



¿Cómo puede ser que tarde tanto? La bronca le recorre todo el cuerpo a Ramiro y se manifiesta en su paso apurado y fuerte, su mirada al piso y algunos resoplidos que rompen con la monotonía de su respiración. Fueron 40 minutos, está seguro. Como mínimo media hora.


Intenta despejar su mente pero no puede dejar de pensar en que se levanta temprano, trabaja desde la mañana hasta bien entrada la tarde y que, cuando finalmente puede ir a casa a descansar, el colectivo decide tardar 40 minutos. O media hora, como mínimo.


Por suerte, trata de animarse, lo deja a dos cuadras de casa. Podrían ser más, tiene que agradecerlo. Incluso recuerda a algunos de sus amigos y amigas que se ven obligados a combinar dos colectivos, o tren y colectivo, algunos el subte; él tan sólo se toma uno a dos cuadras de casa que lo deja en la cuadra de la tienda. ¡Pero no puede tardar 40 minutos, o media hora como mínimo!


Cuando está frente a la puerta de casa se relaja un poco. Saca la llave del bolsillo derecho del pantalón, desenredándola de los auriculares que hoy decidió no usar. Abre la puerta y entra a su hogar. Deja el morral en el sillón y se deja desplomar a su lado.


Su novia ya no está, ahora es ella quien está en su trabajo. Siempre le envidia el que siga durmiendo cuando el despertador le rompe el sueño a él, aunque se siente privilegiado una vez que llega a casa y no tiene que pensar en responsabilidades durante la noche. Al mirar la mesita frente al sillón descubre su notebook; no recuerda haberla dejado ahí. Está semiabierta, aunque está seguro de que la había dejado, como siempre, cerrada y apagada.


Ahogado por la incertidumbre decide acercarla con sus manos, eleva la pantalla y, con un click, hace que deje de estar en negra. Y allí nomás, con un click, comienza el infierno…


No da crédito a lo que ve frente a sí. Intenta buscar una explicación lógica, pero sabe que no la hay. Se da cuenta de que el cursor está vibrando y se encuentra con que es su mano que tiembla. Cierra con un gesto rápido y torpe la pantalla y mira por la ventana.


"No puede ser verdad", se dice por dentro y repite hacia afuera. Otra vez la mirada al suelo y los resoplidos al respirar. Vuelve la bronca que se había esfumado, y a ella se le suman unos nervios que le bloquean el pensamiento. No aguanta más el temblor de su cuerpo y decide tomar aire. Saca un cigarrillo del morral, lo enciende y sale al balcón.


“Esto no puede estar pasando”, susurra al tiempo que tapa su cara con ambas manos. Por mucho que intente convencerse de lo contrario, sabe lo que vio. ¿Qué va a hacer al respecto? Eso sí que es una incógnita. ¿Le dirá a su novia? ¿Ella lo entenderá? Nunca pensó que se encontraría en una situación así. ¿Cómo pudo haber pasado? ¿Cómo puede continuar su vida de aquí en más?


Ramiro recuerda la eterna espera del colectivo. Esos 40 minutos en la parada sin nada que hacer más que esperar. Fueron 40, está seguro, o como mínimo media hora. Rememora aquel instante y desea con todas sus fuerzas que ésa fuera su única preocupación. Ese hecho que lo tuvo masticando bronca parece un chiste al lado de lo que está pasando ahora.


Se termina el cigarrillo. Sigue muy nervioso, por lo que no ve más opción que encender otro. Prefiere que el humo le arruine los pulmones a entrar y enfrentar esa pesadilla. El mero hecho de recordar lo que vio lo intranquiliza aún más, haciendo que dude en entrar mientras consume ansioso el cigarro.


Finalmente vuelve a la casa, evitando mirar la notebook como si ésta pudiera tener registro de eso. ¡Registro! De lo que sí tiene registro es de lo que acaba de ver. Ah sí, bien registrado quedó eso. Ojalá no estuviera allí, no lo hubiera visto, nunca hubiera ocurrido.


Se siente ahogado nuevamente y regresa al balcón. Se termina el segundo cigarrillo, al cual Ramiro se encarga de ponerle punto final pisando la colilla en el suelo. Unas gotas se amontonan en la mano que tiene apoyada en la baranda, lo que le avisa que empezó a llover. “Lo único que faltaba”, se lamenta ya resignado.


Entonces decide entrar a la casa y cerrar la persiana del ventanal. No quiere ver nada, y si pudiera se escaparía del mundo. Ese mundo que ahora lo tiene sufriendo, viviendo una pesadilla. Sin saber cómo planteárselo a su novia, si ella lo entendería o si esto sería su fin. Incluso de a ratos desea que no regrese a casa, que se marche a cualquier otro lugar en vistas de no tener que enfrentar esa situación.


La desesperación es mucha y nada puede hacer ya. Se levanta únicamente para apagar las luces de la casa, vuelve al sillón, ahora decidido a acostarse, y dedica un último pensamiento al aire antes de intentar dormir. Ese pensamiento es un deseo. El de no haber hecho ese click, para que no se encendiera la pantalla y no comenzara el infierno. Para no ver el desastre: su novia avanzó un capítulo de la serie que ven juntos… sin él.

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