Ideas en Tinta
Una idea en-red-ada
Actualizado: 11 abr 2020

Hace pocas semanas ocurrieron dos acontecimientos que provocaron gran impacto en esta era de la hiperconectividad. Un día las plataformas y aplicaciones del grupo Facebook dejaron de funcionar. La propia red social Facebook, junto con Instagram y Whatsapp, presentaron durante casi toda la jornada importantes fallas que dificultaban la comunicación fluida. O que, directamente, imposibilitaban comunicación alguna.
Ese acontecimiento masivo y global provocó una extraña explosión de orgullo en los usuarios de Twitter, que defendían ese bastión de expresión social como si de su creación se tratara. Incluso, en tiempos de cierre de fronteras y expulsión de migrantes, se vanagloriaban de que quienes frecuentaban los otros medios debieran caer en el suyo para poder publicar. La paradoja era que Twitter fue como nunca utilizada para preguntar qué ocurría no en dicha red, sino en las otras tres mencionadas.
Los habitués de la red del pajarito, aquellos seres a quienes unos pocos caracteres les son suficientes para volcar ideas de todo tipo - desde por qué el marxismo no funcionó en una provincia de Dinamarca en la década del 60 hasta la foto de un gato durmiendo al lado de un perro - celebraban con excesivo orgullo que su plataforma fuera la única que seguía en pie. Hasta que…
A los pocos días Twitter cayó. Y si bien en ese momento las otras tres funcionaban a la perfección, fue la última señal de que todas ellas son vulnerables. Así como fue indicio de una cosa más: de que no las necesitamos. ¿No habrá sido un mensaje involuntario todo aquello? ¿No fue acaso la falla de Twitter la evidencia final que nos dio la vida de qué es lo importante en ella?
Así lo creo yo, al menos. Entendí con esos fortuitos hechos que es tiempo de desconectarse un poco de las redes; de desenredarse. Tal vez haya llegado la hora, en un 2019 que ya camina cerca del 2020, de volver a darnos la oportunidad de mirarnos las caras, de encontrarnos cuerpo a cuerpo, de salir a pasear sin rumbo fijo. Quizás es tiempo de cambiar la luz de las pantallas por el brillo del sol, de sacar los ojos del led 4K Ultra HD y posarlos en esa imagen real que se nos dibuja detrás de la ventana.
En ese momento sentí una especie de iluminación interna que me hizo tomar consciencia de todo el tiempo que dedicamos a leer estados o tweets, a compartir nuestra vida en fotos, a prometernos con conocidos que nunca vemos que arreglaremos una salida “si o si esta semana”, una promesa destinada a no cumplirse desde el mismo momento en que se está escribiendo; una promesa que será engañada por un sillón, un kilo de helado y la nueva temporada de la serie del momento.
Cuando cayeron las redes, una tras otra, tuve esa revelación. Por suerte la vida me avisó a tiempo que no desaproveche la magia del instante, que haga valer cada segundo de esa realidad que está fuera de las pantallas.
Fue un impacto muy fuerte, no lo niego. Sentí el privilegio de ser testigo de esa revelación y me propuse no dejarla pasar. Por eso es que inmediatamente lo publiqué en Facebook, para luego sin más demora dejarlo plasmado en 140 caracteres en Twitter. No quise que faltara, por supuesto, una selfie con una leyenda resumiendo esta gran noticia, que compartí en stories como en el perfil.
Es que, más allá de la felicidad de haberme dado cuenta de cómo estaba desaprovechando la vida, no quería ser el único avispado. Por lo cual también reenvié el mensaje por Whatsapp a familiares y amistades; a conocidos y a otros no tanto. A todos, en definitiva.
Bah, en realidad no. A todos menos al Negro. El hinchapelotas insiste con que nos juntemos a tomar unos mates en la vereda. Como si Whatsapp no fuera suficiente; el otro día hasta le comenté el estado en Facebook para que no jodiera más.
Pero sigue insistiendo con que hay que vernos, salir un poco, disfrutar el aire. Qué hinchapelotas realmente. Con la fiaca que tengo, el sol insoportable afuera y Netflix ya preparado en mi Smart TV, ni loco me muevo de casa.